Epílogo

Una de las motivaciones que en mi condición de católico y sicólogo me alentó a escribir estas páginas, fue intentar explicar desde mi  modesta perspectiva, este Libro -el Apocalipsis- que encierra la misma verdad de todos los libros de la Biblia, que en última instancia fueron redactados por  la mano de la S.S.Trinidad, única guía de los escritores inspirados [1] .

Consideramos necesario hacerlo como aporte, porque en nuestra percatación, este texto permanece desconocido para mucha gente, aún ante consultantes católicos e inclusive religiosos.

Si el Espíritu Santo que dota del don de profecía a los creyentes de todos los tiempos no fuese desconocido, es muy probable que no habría tantos cristianos inhibidos en manifestar su fe y en orientar por su espíritu profético las instituciones que les toca animar; ni habría tantos fieles deprimidos , ni avergonzados de su propia fe en la resurrección de Cristo -quien está hoy luchando y padeciendo por él -negándolo con su silencio, u omitiéndolo en su vida diaria y en la práctica de sus emprendimientos, ocupación o profesión.

 La historia nos ha mostrado que en los períodos de  guerra, persecuciones, hambrunas, epidemias, en los momentos difíciles que pasa la humanidad, la lectura del Apocalipsis renace, se restablece del olvido y muchos buscan en él un remedio para los males que los acongojan. Otros, con mentalidad de cosificación y uso, pretenden valerse del Apocalipsis para lograr un escape más o menos constante en su vida; al escudriñar el texto de manera subjetiva, sectaria y de uso creen utilizar a Dios para sus fines. Realizando interpretaciones del texto desde estados frustrógenos, fantasías y deseos no realizados, lo descalifican desde códigos prejuiciosos egolátricos con ansias de predominio, control y seguridad, como una nueva falta de respeto y reverencia a la Revelación.

Se produce el choque entre los que -por su Amor- lo aman y quienes no creyendo en Él, cínica y sarcásticamente dicen como Satán ante la confianza que Yahveh demuestra de su siervo Job:

"cuando los hijos de Dios fueron a presentarse ante Dios, apareció también entre ellos Satán... respondió a Yahveh (conforme a su incredulidad y cinismo)... te crees que Job teme a Dios por nada?... trata de poner las manos en sus posesiones... ( y como siempre engreído y desafiante)... te apuesto a que te maldice a la cara" (Job 1, 9-11)

Es a Dios a quien  debemos servir”[2], no es de Dios de quien debemos servirnos.

 

En la sinergia con la misión salvífica de Jesucristo, somos nosotros quienes tenemos que renunciar al ego y confiados consentir la entrada gratuita y libre de su amoroso contacto. Solamente en función de renunciar y ofrecer los proyectos personales, acompasándolo a Él y a la fuerza de su orientación en nuestras vidas a lo que pide, es  que el cielo, la Jerusalén celestial, nos espera como seguro final.

¿Y qué pide Dios? Que nos dejemos amar por Él en el Espíritu Santo, que se manifiesta “con”, "entre" y "en" cada persona, consintiendo su fluir liberador y santificante para conectemos con los próximos; así amamos a Dios y el prójimo como a nosotros mismos (Cf Mt 19,19).

Es evidente que la condición mental del hombre carece de la suficiente creatividad para imaginar  siquiera fantásticamente cómo será esa vida futura.

De la reflexión del texto del Apocalipsis, de la fascinación que nos atrae hacia él, podemos intuir la inmensa felicidad  final, con su dinamismo singular, en contraste con la aparente rígida situación que se grafica a través de la expresión descanso eterno, que tiene la facultad de inmovilizar cualquier entusiasmo de las almas, que como buena tierra tienen el potencial de desarrollar la semilla que cae en ellas como la más pequeña en el Reino de los Cielos. Jesús decía:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.» (Mc 4, 26-29)

 

En la canonización de las Sagradas Escrituras la Revelación a Juan es colocada en la última parte, en  realidad se lo podría  ubicar en una situación central y axial entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, toda vez que parte cristocéntricamente de la Resurrección de Jesucristo y comienza a explicitarse ya con los Evangelios y en especial con los Hechos de los Apóstoles, donde se desarrolla la primera parte del peregrinar de la Iglesia  visible. Con esta intermediación, con este nexo del Apocalipsis entre el Antiguo y Nuevo Testamento nos revela a un Dios único que se comunica y que tiene un plan para nosotros; nos predestinó a ser salvos y que en tanto a lo benéfico de su designio, es un Dios juez que no admite que el hombre no sea salvo, porque es absolutamente protector, orientador y conservador de todos sus hijos. Este Dios, esencialmente exigente, no permite que el hombre intente no salvarse, por su Amor protector lo predestinó a ese fin y cualquier otra opción de su creación lo sume en una profundísima pena.

En este pequeño e inmenso libro que le fue revelado a Juan, se puede leer el mensaje religioso (en armonía con el conjunto de la revelación bíblica total) donde los grandes combates que se relatan de manera altamente simbólica, involucran directamente a quien lo lee, como único destinatario de lo escrito.

Lo que Juan por inspiración trascribe de parte de Dios, compromete el estilo y la calidad de vida total y cotidiana,  porque obliga a tener que elegir, optar, auténtica y libremente el destino de ser salvo o ser una persona espuria que decide por alternativas falsas, mentirosas, idolátricas, producto de pensamientos o sistemas ideológicos que imperan en la época en la que le toca vivir.

Este es el combate  de Cristo Resucitado y su pueblo, (los creyentes, testimoniantes y discípulos que  van en su peregrinar hacia el encuentro de Aquel que viene)  contra el poder de quienes se definen poniendo su norte racionalmente hacia un sí mismo idealizado y tienden con todas sus fuerzas hacia su realización, afanosos de lograrlo, rebeldes a toda obediencia al Amor, sometiendo a los hombres, con el pretexto que la fantasía, utopía o ideal está “por sobre” la realidad, intentando impedir  la consumación de  la Salvación en el fin de los tiempos.

De esta forma,  el lector pasa a ser protagonista de una historia que no terminó, y que toda vez que el Espíritu Santo lo inspire en su condición profética, también tendrá que ser el continuador de la profecía y ejecutor del Plan Salvífico de Dios.

La lucha que describe  la Revelación, aparece como extraordinaria, gigantesca, aterradora. Se inicia el Reino de Dios con  la Resurrección de Jesucristo, donde  el Vencedor está trabajando a favor nuestro y llamándonos a que seamos parte de ese Plan, porque de allí viene la predestinación del Padre Eterno.

Ahí está la libertad del hombre, que si se elige a ser salvo, de él dependerá entrar y tener parte con este Plan, que nunca se realiza aislado sino en comunidad, porque el Espíritu está "entre los hombres" hace eco en los hombres.

Aparece la esposa del Cordero -el pueblo de Dios-  y su misma Gloria y su Presencia nos invaden siempre que estemos con Él , como lazo interconector de todos los participantes que,  como creyentes, discípulos y misioneros apostólicos están en el mundo, sin ser del mundo, porque pasaron a ser plenamente de Cristo, que nos ama y nos ha lavado con su sangre de todos nuestros pecados, haciendo de nosotros un Reino de Sacerdotes, cuyo destinatario final es Dios , su Padre, a quien debemos dar toda la Gloria y todo el poder por todos los siglos de los siglos.

 

El Apocalipsis es el recuerdo de la Resurrección de Cristo, como eje de toda la historia de los hombres, un antes y un después de este acontecimiento. Un antes que lo prefigura y da señales y tipos que sugieren lo que con su presencia encarnado plenificó de significado.

Este Dios no es expresión de un deísmo filosófico o de la mente iluminada de ningún hombre o de una ideología racionalizada por un conjunto de hombres. Es un Dios que se revela en la historia, como Dios-hombre encarnado que escandalizó, escandaliza y escandalizará como signo de contradicción  en todos los tiempos a los que pretenden en el nombre de un Humanismo idealista, poner como paradigma al hombre, desplazando a Jesucristo como modelo de "verdadero Hombre y verdadero Dios". Aquí mostramos el testimonio valiente de su discípulo más querido: San Juan, que quizás nos abra un camino de recepción al Santo Espíritu para poder nosotros también testimoniarlo y resucitar con Él.

 

Presentamos una invitación a su lectura para  quienes de una manera fiel y constante estén dispuestos a no esconderlo de su vida.  

 

                                                                

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] 136. “Dios es el autor de la sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica (cf. DV 11). “ Catecismo de la Iglesia Católica, op.cit

[2] "A Dios tienes que adorar" (Ap 19,9; 22,8-9)