El enfoque dado a este trabajo obedece a consideraciones personales motivadas por la fe del autor, lo que seguramente orientó el camino teórico de su formación respecto a los marcos de pertenencia y referencia aludidos en él.
Juan, el autor del Apocalipsis, el discípulo amado por Jesús (Cf Jn 21,7) testificó (con la magnitud especial de su genio religioso) lo que vivió y aprendió con su Maestro, a quien definió en sus escritos como: “Dios es Amor” (1 Jn 4,8; 1 Jn 4,16), imprimiendo una huella indeleble en sus discípulos -que conforme a la usanza de la época- reunidos alrededor suyo, crearon una Escuela a partir de sus palabras y en base a ellas reinterpretaron y añadieron otras, bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El Apocalipsis (la revelación de Jesús a sus servidores) es el resultado de un trabajo compositivo desarrollado a lo largo de los años 64-68 d. C. al 95-100 d. C., cuyas etapas son difíciles de precisar y establecer en su totalidad, pero sabemos que su plan definitivo fue redactar con símbolos, muchas veces catastróficos, un significado lleno de vida y esperanza, curiosamente paradójico con lo que le dice la voz a Juan (Ap 10,9) respecto al librito abierto (el Evangelio) que llevaba en la mano el Ángel poderoso "toma, devóralo, te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel". Como siempre, Jesús Amor es el signo de contradicción profetizado por Simeón a María en el templo de Jerusalén. (Cf Lc 2,34)
Propondremos -con comentarios respecto del texto revelado a Juan- razonamientos y conclusiones a lo largo del presente trabajo:
- partimos de la autoría de San Juan en lo inspirado y registrado en el Apocalipsis, tal cual sostiene el Magisterio de la Iglesia Católica.
- Juan, el discípulo amado , relata de manera autorizada su testimonio sobre el Amor reflejado por el Sagrado Corazón (Jn Capítulos: 13, 14, 15, 16, 17)
- Dios, desde toda la eternidad, realiza congruentemente su obra de amor hasta el fin de los tiempos.
Consideramos que no es buena práctica exegética la lectura literal (aunque se la avive con datos estratificados de la historia, cultura y lengua) olvidando y distorsionando los rasgos esenciales y característicos de quien se pretende comprender: el Señor Jesús.
Tal el caso del Apocalipsis, que leído e interpretado desde esta viciosa y tendenciosa forma permitiría aseverar la inconcebible tesis: al final de los tiempos se comprobará que Satán tenía razón al desarrollar su método corruptivo de acción, asumiendo el indisciplinado rol de derribar todo lo revelado como estimable efectivo y firme (a costo de ser percibido por su entorno como fastidioso, insolente e impertinente respecto al proclamado Plan de Reconciliación y Rescate Salvador) por mostrar que Dios transforma su cara aparentemente amorosa, y manifieste su real naturaleza constituida por los mismos vicios y deshonestidades que denunció a través de los suyos, convirtiéndose en un exaltado, un violento, agitado con signos exteriores de vehemente cólera, motivada por la ira y el enojo expresado en la violencia contra su (ahora supuesta) creación.
Tal la distorsión que podría hacerse del real Espíritu del Amor, si es interpretado desde la lectura lineal, literal que describe a un Dios castigador, violento, autoritario e irascible.
Para la mejor comprensión de este trabajo, el lector debe recordar que Juan, en estado extático, recibe las ideas sugeridas por Jesús, revistiéndolas con los símbolos de uso en la época, con los que resalta la superioridad de Dios por sobre los hombres y los dioses vecinos, usando un lenguaje apropiado para denotar claramente su superioridad, dominio y poder extintor. De ahí, frases y términos que podrían confundir hoy a quien aborda literalmente la lectura del texto.
Esta es la perspectiva que sostenemos al ajustarnos al estilo literario con que fue escrito este texto (apocalíptico), donde un hombre llamado Juan recibe visiones que luego debe redactar en un texto, con el objetivo de alentar en el peregrinar de la fe a sus destinatarios; sin pretensiones de buscar coherencia, relación o enlaces con hechos ocurridos o a ocurrir toda vez que su propósito no es presagiar ni censurar conductas observadas en el presente, como es propio del estilo profético.
El Dios del Amor es el único creador del Universo –su creatura- donde comparten interacciones cotidianas sus seguidores y sus detractores. Queremos resaltar algunos conceptos:
- el judeocristianismo no es maniqueo, no existen en iguales condiciones y naturaleza el Dios Amor y el Mal (cualquiera sea el nombre que se le ponga, Satán, Diablo, etc.)
- Dios , Amor Absoluto, Único , Trascendente y su creatura , creada y respetada en su libertad, se mueven en un dinamismo dialéctico , que no permite enchalecamientos, por lo que sus acciones dinámicas no deben ni pueden ser estratificadas en cosas estáticas con la asignación de un rol definitivo y estable hasta el fin de los tiempos. De hacerlo se produce la cristalización de lo vital y dinámico de Dios “en” y “entre” los hombres, en todo tiempo y lugar, dando como resultado la cosificación de la Creación[1] , como algo consumado desde sus orígenes por un Dios trascendente y lejano que al fin vendrá a juzgarlos.
La inteligencia amorosa de Dios es conciente que entre los calificados “suyos”, pueden estar sus peores detractores y enemigos; a la inversa, de entre los que predican su hostilidad, suelen salir sus grandes santos. Prueba de este comentario lo dan múltiples ejemplos de la historia del cristianismo e inclusive la dinámica propia de la naturaleza humana, tendiente a vivir en la agonía de la duda.
Desde nuestra óptica manifestamos: Dios es Amor soberano y absoluto, que se da a sí mismo en, por y para sí mismo. Actúa de manera oportuna, conveniente y propia, permitiendo la libre elección de los caminos a su creatura, parte de la cual, se separa de su designio salvífico y desde una posición engreída y arrogante pretende oponerse a su Voluntad, a la que obstaculiza activamente de todas las formas posibles por su corazón endurecido. Esto configura lo que Jesús dice a San Pablo, camino a Damasco:
"es duro dar coces contra el aguijón". (Hch 26,14)
Se ve en lo revelado a Juan, como este "ecosistema del Mal" hace que el Dañino reciba equitativamente, en directa proporción y en creciente medida, los efectos y consecuencias que auto-genera la actitud hostil al perdón reconciliador de Dios en Cristo, drama presentado a partir de la apertura por parte de Cristo (el Cordero) del libro escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos (Ap 5,1) permitiendo observar que esta Revelación hace público el trascendente valor que tiene para la humanidad la atenta revisión de las creencias que motivan el sentido de su vida y la necesidad de la renuncia radical de toda ideología que directa o no, explícita o no, sugiere o induce a cerrarse al Amor de Dios, por su Cristo en el Espíritu Santo, escrito aquí como la Nueva y Buena Noticia de lo que se consumará pronto.
Por lo que sostenemos:
- Y como tal no admite proyecciones bipolares relativas, propias del ser humano.
- Por ser inteligible es abordable desde una perspectiva filosófica dialéctica.
La lectura del Apocalipsis genera un choque respecto de dos expectativas del cristianismo de todos los tiempos: por un lado, la que se repetía desde los inicios en las reuniones litúrgicas “Marana tha” (Ven Señor Nuestro) (1 Co 16,22) para expresar la impaciente espera de la segunda venida de Cristo (1Ts 5,1; Hch 3,20; 1 Co 15,22), como figura en el Epílogo del Apocalipsis (Ap 22,20) expresando la alegría en el retorno de quien orienta y realiza el sentido de su vida; y por otro lo que en el Medioevo se presenta como el terrible dios de la ira (Dies irae) que estremece, atemoriza y da pavor causando miseria y calamidad para aquel no favorecido por su juicio. Una antigua homilía, erróneamente atribuida al Papa Clemente como la II Carta de Clemente (Segunda Clementis) dice:
“hermanos, así debemos sentir sobre Jesucristo como de Dios que es, juez de vivos y muertos, y tampoco debemos tener bajos pensamientos acerca de nuestra salvación. Porque si bajamente sentimos de él, bajamente también esperamos recibir".[2]
En el texto del Apocalipsis (Ap 1,9-19) Juan cae “como muerto” lleno de temor ante el Hijo del hombre, pero el Señor rememora lo hecho en el Mar de Galilea (Cf Jn 6,20) con sus discípulos y le dice " no temas soy yo" . Es Jesús, la esperanza y alegría, el mensaje de gracia, lleno de amor vital, quien juzga. No es quien fue reducido al moralismo de la rigurosa observancia de una ley que solo denuncia, pero no da vida para su cumplimiento; este justo juez es alguien que por amor, renunció a su condición divina (Cf Flp 2,6-7) y encarnándose se hermanó con el hombre, haciéndose tan cercano que sufre, vive y muere como verdadero hombre y verdadero Dios.
“Dios se ha acercado tanto a nosotros que hemos podido matarle e impedir, al parecer, que fuese nuestro Dios, el Dios para nosotros.”[3]
Es el mismo Jesús que hoy acompaña el dolor de sus discípulos, padeciendo el terrible sufrimiento y agonía de saber que el rechazo a su Persona genera, (por la libertad de su creatura) anomia-enajenación-alienación eterna al que lo expulsa de su vida.
Ante el problema de la espera desde Dios juicio moral o Dios amor justo y misericordioso decimos en este estudio que: La Justicia de Dios es congruente , ubicua y sincrónica.
Queriendo significar con: “Dios es congruente”, que Dios por Cristo en el Espíritu Santo, en la historia de la humanidad, es alguien que se manifiesta conforme, acorde y en proporción adecuada a su creatura, a la que sostiene y orienta eficazmente por su Gracia, en todas las circunstancias en que es convocado, sin destruir su libertad , por tanto mantenemos que : el hombre con su actitud arrogante y reticente al Amor se castiga a sí mismo y bebe el vino que cargó en el cáliz de su destino.
Con “Ubicuo”: presente en todo lugar
Y “Sincrónico”: al mismo tiempo,
Por lo tanto:
- es por su rechazo al perdón misericorde en esta vida, que cada uno se juzga a sí mismo (Cf Jn 3,18; 12,48);
- y es retribuido por la naturaleza, dinámica y lógica de sus obras (1 Co 3,12-15)
- por lo que puede condenarse eternamente (Mt 12,32; Hb 6,4-6; 10,26-31)
Hans Küng sostiene en sus 24 tesis:
"una cosa es segura: si hoy queremos seguir hablando responsablemente de Dios, este Dios tiene que tener "algo" que ver con nuestra realidad experimentable". [4]
Partiendo de los fundamentos y proposiciones de la Sicología Concreta[5] que postula al hombre como un ser sicosocial, en contexto que por sus contactos codifica un lenguaje propio y específico, diremos que en el pueblo de Israel, el término "retribución" expresa un concepto esencial para comprender el significado de la fórmula locutiva "juicio justo", partiendo del razonamiento : toda acción -entendida como trabajo- merece como respuesta –un pago o salario- que para ser justo debe retribuir convenientemente en proporción-hilación y coherencia lógica con su naturaleza y significación individual y social. Esta convicción se ve contrariada por Jesús quien inspira al hombre la certeza que sólo el obrar desinteresado de su Amor en cada persona realiza la Justa Voluntad de Dios (su Justicia), desechando toda idea de recompensa en sus discípulos, a quienes inspira una perfecta (santa) pureza de intención, a partir de su renuncia, desapego y desidentificación con los resultados, beneficios y conveniencias a recibir. Dios sugirió la idea de retribución en la conciencia humana, para explicitarla y aclararla en el tiempo hasta que Cristo plenifique y otorgue sentido propio a su uso:
"no somos más que unos pobres siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Cf Lc 17,7).
El concepto de retribución de Dios a las obras del hombre es una creencia misteriosamente sostenida en Israel, que Él reveló paulatinamente conforme a su soberana voluntad , en congruencia con la apertura de conciencia a los hechos de la vida cotidiana, la decodificación (acorde a su condicionamiento cultural y del contorno histórico-geográfico) y la respuesta (responsabilidad) personal estructurada y estructurante del estilo de vida comunitaria, a su vez condicionado y condicionante de sus haceres.
En los textos antiguos la "mirada y el juicio de Dios" reflejan la retribución hecha en forma de favores o castigos que caen globalmente tanto sobre la comunidad en general como sobre el hombre en particular (Cf Gn 6,5s).
La alianza de Yahveh es con un pueblo, pero la responsabilidad personal de sus componentes no pierde vigencia (al contrario es vigilada por las consecuencias que se retalian sobre el resto) prueba de esto en Números se relatan las prácticas de las ordalías (Cf Nm 5,11), de los juicios de Dios o en Génesis (Cf Gn 3, 11s) en el relato del paraíso, donde se realizan encuestas con la voluntad de "descubrir" para "penar" al responsable individual del castigo sufrido por todos.
El género apocalíptico tomó vida ante la necesidad de alentar y ayudar al creyente en momentos de sufrimientos y persecuciones.
Jalonamos a continuación en cuatro etapas el itinerario que recorrió la expresión y concepto de “retribución” como justa respuesta que cada uno recibe de sus actos, término que en el texto apocalíptico pone a Dios como fuente, pero que desde la perspectiva de este trabajo mana del odio egolátrico que separa a algunos hombres de Dios, haciéndolos conducirse con odio, revancha y división en proporción inversa a la confianza que une, perdona y reconcilia.
- Primera fase: el castigo y el perdón se realizan sobre:
- todo el pueblo a partir de la transgresión de un miembro.
- con duración en el tiempo a todo un linaje y/o generación, que se expresaba según Jeremías "los padres comieron los agraces y los hijos tienen denteras” (Jr 31,29 s).
En Éxodo (Cf Ex 20,5s y 34,7)"porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos.”(Ex 20,5-6)
Esta convicción motivó -cuando Jesús curó al ciego de nacimiento- que sus discípulos le preguntaran "Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.” (Jn 9,1-2).
El pecado, el sufrimiento y la muerte están vigentes, sólo como signos de los tiempos que permiten revelar en Jesús el amor que perdona a su creatura. Esto demuestra cómo los sistemas de creencias evolucionan conforme a la revelación de Dios, quien los aclara en su valor y sentido conforme se desarrollan los tiempos.
- Segunda fase. El designio de Dios atraviesa una nueva etapa: el refrán de las agraces (uva que queda tan pequeña, que no llega a madurar) según Jeremías y Ezequiel hacía perder sentido, y ponía en tela de juicio la justicia de Dios. Cuando Jesús la invoca, el significado jurídico de esta expresión tiene valor secundario en su mensaje de misericordia.
En el Evangelio no se registra 1) ninguna reglamentación de obligaciones o deberes de justicia 2) ni el Mesías es presentado como juez. En los tiempos de Jesús la justicia la imparte Roma. Él no se presentó como reformador social o mesías nacional, porque a sus ojos lo más grave a reorientar, no es la injusticia social, sino un mal religioso: el ritualismo, levitismo o formalismo hipócrita propios del fariseo. Actitud denunciada por los profetas en sus invectivas contra tales injusticias. En Mateo (Cf Mt 23,23) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe!.”
En esta segunda fase Ezequiel y Jeremías (Cf Jr 18,8) desarrollan la doctrina de la conversión -"vuelta"- volver a Dios y cambiar de vida, con el anuncio que los justos por sí solo se pueden salvar a sí mismos, convirtiéndose en prédica sostenida luego por Juan Bautista que pide a todos conversión (Cf Mc 1,4); Jesús la exige (Cf Mc 1,15), dice que Dios se alegra (Cf Lc 15,7) y manda a sus discípulos que anuncien la conversión a todas las naciones (Cf Lc24,47).
El profeta Ezequiel expone el drama donde el hombre decide en cada instante su destino, convirtiéndose o no a Dios, eligiendo el dolor o la salvación por un Dios que declara "yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y vivid. “(Cf Ez 18,32)
- Tercera fase: las Sagradas Escrituras desarrollan el drama y dubitación del hombre que trata de integrar la experiencia cotidiana del Amor, con su fe (anotado aquí en página 1 del capítulo Para Leer El Apocalipsis) .Conformidad de la que depende su futuro; porque si él es alguien plenamente responsable de su vida y la retribución a sus actos tiene lugar en la tierra (según se convierta a Dios o no) cómo entender que en muchos convertidos hay sufrimiento tanto en su vida como en su muerte. El Eclesiastés luego de explorar el tema de la sabiduría y la retribución, concluye "un absurdo se da en la tierra: hay honrados tratados según la conducta de los malvados”(Cf Qo 8,14), y se queja…
- Cuarta Fase: El hombre necesita -por la dignidad y libertad dada por Dios- disfrutar de un trato equitativo que le permita con unidad de ánimo, mantener el temple que lo deje guiar por su conciencia, más que por las prescripciones rigurosas de la justicia o por el texto terminante de la Ley, en sus relaciones consigo mismo, los otros y Dios vivo. Sólo Dios puede colmar con abundancia tales deseos y aspiraciones y apelando a su conciencia lo rescata (redime) con amor fiel. Él no deja sin respuestas al hombre que (muchas veces inconcientemente) lo llama a la unión definitiva (Cf Sal 16,9) y razona con el Salmo (Sal 49,16; 73,24): si Él llevó al cielo consigo a Elías o en Apocalipsis a los dos testigos (Cf Ap 11, 11-12) ¿por qué no a todos los que abren su corazón a Él?
Un hecho histórico contextúa la inspiración del Espíritu y dará la respuesta: la persecución de Antíoco Epifanes produjo mártires, cuya muerte dio vida en los creyentes a la convicción que Dios los recompensará más allá de la muerte con la resurrección (Cf 2 M 7; Dn 12,1). La fe en la resurrección de los muertos es derivada del ánimo del libro de la Sabiduría (Cf Sab 3,1; 4,1) que cree en la inmortalidad y dice (Cf Sab 2, 21-24; 4,14) "no reconocen los secretos de Dios... ni valoran el premio de una vida intachable, porque Dios creó al hombre para la inmortalidad".
Las confusiones iniciales se orientan de modo preciso cuando encarna Jesucristo y da contenido pleno de sentido, valor y fin a la respuesta sobre la justicia equitativa de Dios Amor, congruente, ubicuo y sincrónico. Desde su Cruz llama a todos a sí mismo (a convertirse) desde su sublime enseñanza de conocerse a sí mismos, para que a través de la renuncia (desapego y desidentificación del mundo) morir con Cristo, para con Él (la resurrección y la Vida) pasar a la vida eterna junto a Dios.
Por lo que nos trasladamos desde la vieja mentalidad jurídica- legalista- punitiva del AT (donde Dios paga la deuda -contraída por sus promesas- al hombre, con el salario merecido por haber cumplido todas y cada parte del contrato, quien trabajó a su servicio favoreciéndolo en sus planes de justicia y al que no lo hizo, lo arroja al lugar de desesperación y aislamiento eterno); a la del Bueno y Nuevo designio, donde la justicia de Dios se realiza, en su gracia misericordiosa, de modo congruente, ubicuo y sincrónico para toda su creatura: unos eligen su cobijo y perdón eterno, otros con el desgarro del divino corazón, deciden libre y voluntariamente ser amparados por los ídolos proyectados por su egolatría.
Leída la Biblia desde sus aspectos estilistas y formales, se podría caer en el error de observar la justicia de Dios desde el modelo del Juicio, convirtiéndola en una mera interpretadora y aplicadora fiel a la letra de la Ley y en el mejor de los casos, recompensando con sabiduría y bondad la conducta de los hombres.
Vista desde este ángulo escrupuloso y determinado, el lector se orienta en una corriente de pensamiento que avanza y engarza en sus aspectos figurativos toda la Biblia, desde el Génesis al Apocalipsis, que por ser leída desde sus aspectos estilísticos, sus giros expresivos dan a entender la Justicia solo como resguardo de la virtud moral del pueblo que debe dar cumplimiento (observancia) a todos sus mandamientos. Criterio y título que se consideró válido proyectar a Yahveh quien mostraría su justicia acorde al modelo de su integridad en dos aspectos, uno en función judicial-correctora por absolución o penas al pueblo y como el retribuidor de las conductas humanas, que se hacen merecedoras del pago en forma de castigos o recompensas.
Este estudio es afín a otra corriente de interpretación del significado de los textos bíblicos, que considera la justicia de Dios con un valor más amplio, apuntando a un sentido religioso (no jurídico), donde la integridad del hombre en sociedad se concreta cuando éste como Co-redentor acompasa a Dios en su ecosistema de Amor que perdona, fruto de su justa equidad soberana, que se revela en el tiempo con la maravillosa delicadeza con que orienta y da vida al universo, colmando de amor a sus creaturas.
La Justicia de Dios Amor que profesamos y desde donde comentamos este trabajo se vive en la fe confiada en su Misericordia, como atributo del Amor que da gratuitamente perdón y orientación a los talentos, dones y carismas de quien consiente el accionar de su yugo, que es suave y liviano.
Sabemos que contamos con la afinidad de fe de todos quienes se apoyan con sencillez en Jesús Resucitado, que está revelando la Justicia salvífica de su Padre desde la perspectiva de la Misericordia –el perdón- , tanto en los textos bíblicos como en la vida "con", "entre" y "en" los hombres. El mensaje de Jesús da como significado decisivo de su testimonio que la resurrección es de quienes confían en Él que dijo "yo soy la resurrección y la vida"(Jn 11,25), más que la observancia de ritos y mandamientos.
Observación: nos llena de alegría que el esfuerzo -vivificado por el Amor en oración- que motivó y orientó los 5 años de estudio, selección del material, compilación bibliográfica y redacción de este trabajo, se vea clarificado y ampliado en su tesis de fondo, por la Encíclica Lumen Fidei[6] del Sumo Pontífice Francisco (cuya fecha de promulgación coincide con la edición de este libro).
[1] Al respecto se puede consultar la obra de Pierre Teilhard de Chardin y Maurice Blondel
[2] Kattenbusch, F. Los Padres Apostólicos, Madrid: Bac, 1950.
[3] Joseph Ratzinger. Introducción al Cristianismo, op.cit., pág. 14
[4] Hans Küng. Las veinticuatro tesis sobre el problema de Dios. Madrid: Cristiandad, 1979.
[5] Fermani, Armando Javier. La familia preadictiva. Buenos Aires: Paulinas, 1994, pag 8
[6] SS Francisco. Lumen Fidei. 1ª. Ed. Buenos Aires: Conferencia Episcopal Argentina,2013